miércoles, 5 de agosto de 2009

realto erotico " julia. lalo y elena"

Desde la primera noche que Julia, Lalo y yo hicimos el amor, una vida de placer inimaginable se había instalado en mí.
Habíamos acabado curso y carrera. Así, aprovechando que Verónica había vuelto a Paraná, Julia y yo, nos fuimos a vivir a casa de Lalo, justificándolo diciendo que nos ahorrábamos el alquiler.
Nuestro chico trabajaba y mucho, la situación económica de Argentina, era tal que para resolver los problemas de la empresa en la que estaba, salía a las 8 de la mañana y no volvía hasta la misma hora de la noche.
Nosotras nos quedábamos en la cama, desnudas, sintiéndonos, haciendo fiaca. Poco a poco y a medida que el sol nos calentaba, nos calentábamos mi muñeca y yo. Un roce, una caricia, una pequeña picardía y sin darnos cuenta nos iba subiendo la temperatura hasta que abrazadas, en semitijera , moviéndonos con el ritmo sabroso del sexo, nos llevábamos al punto de no retorno. No importaba quien acababa antes, la otra , buena amiga, seguía hasta comprobar que el placer había sido mutuo. Nunca he sabido que es mejor, acabar antes y ayudar a llegar o viceversa. Eso lo pienso ahora que recuerdo aquellos gloriosos días en que abría mi cuerpo, y sobre todo mi mente, a la libertad sexual.
Después el mate en la terraza, con unas toallas bajo la cola para no hacernos daño con el asiento, leer el periódico y mirarnos.
Estaba preciosa, se le había dorado la piel, y su cuerpo de adolescente, de ninfa, era una estampa erótica de Newton. Me sonreía con malicia, y se masturbaba, yo la acompañaba haciendo lo mismo. Para cebar el mate se necesitan las dos manos, así que una paraba el toqueteo para servir a la otra, que daba las gracias mientras aceleraba el ritmo de la autocaricia . Tras la explosión una ducha y crema. No usábamos esponjas, nuestros dedos extendían el gel sobre la otra , y la ducha con su agua a presión servía para aclararnos.
Para Julia el jabón líquido era una novedad , era una costumbre gallega que me había descubierto mi novio.
Secarnos la una a la otra y luego la crema hidratante poniendo la piel suave y lustrosa.
Nos poníamos un vestido, sin nada debajo, las sandalias y a la calle. De Recoleta a Corrientes a cambiar el vídeo que debíamos ver en el día. Era una obligación que nos había puesto Lalo.
Elegía un film que debíamos ver, cualquiera pensaría que era una porno, NO, siempre era un clásico. Julia decía que nunca había visto más " blanco y negro". Vuelta a casa, en el camino, muchos hombres se giraban para vernos, querás o no, cuando no llevas nada debajo, se nota. Pero nosotras modositas, no hacíamos caso de las proposiciones deshonestas que nos hacían. Pero eso sí, en el apartamento nos reíamos como locas del éxito del paseo.
Almorzábamos una ensalada y coca, después en la cama, desnudas, veíamos la película. Procurábamos fijarnos bien para saber contestar las preguntas de mi novio en la noche. Julia sostiene que de aquellos pocos días, le entró la cinefilia, virus que a mi ya me había infectado mi chico y a él, su padre. Sin darnos cuenta nos habían dado casi las seis.
A esa hora nos telefoneaba Lalo para quedar o en casa o en la Biela, en este último caso, sabíamos que íbamos a comer fuera.
Nos volvíamos dos ardillas hiperactivas, si tocaba ir a un restaurante, ver qué nos poníamos, Julia solía jugar con las minis y musculosas, para destacar su cola y las piernas, yo vestidos o blusas y pantalones, procurando lucir escote, no quería que la gente pensara que a mi novio sólo le gustaban las flaquitas. Elegir el corpiño que me hiciera parecer con más busto llevaba su tiempo, porque una, entonces, no pasaba de 85.
Después esperarle sentadas, poniendo nerviosos a los hombres que compartían terraza. A su llegada un beso en la boca, y a cenar. Luego a casa y devorarnos de pasión.
Si la espera era en el apartamento, nuestro único atuendo era un hilo dental blanco, eso sí nos maquillábamos los pezones, poniéndoles muy duros y luego dándoles color.
Hacíamos el amor dos contra uno, o las dos buscando el placer de mi novio, o él y yo volviendo loca a Julia, o mis dos viciosos me proporcionaban orgasmos hasta decir basta.
Cuando escribo esto, pasados los años, me doy cuenta que vivíamos en el Paraíso, como " 2 Evas y 1 Adán", y aunque lo siento como un largo período, en realidad fue muy corto, no llegó a dos semanas.
La serpiente fue el ambiente de explosión que tenía el país al borde del abismo. Cuando nuestros padres nos exigieron volver a Paraná, ni nosotras ni Lalo pudimos negarnos.
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Estábamos en la cama, con una mezcla de fiaca y sensualidad, desnudas, pegados los cuerpos, sintiendo nuestras pieles, no teníamos nada que hacer. Mi novio había insistido en que no saliéramos, y que volvería pronto. Julia me susurró su deseo al oído:
"Quiero que me encule , y vos me prepares. Será el regalo de Navidad"
Después, pegadita a mi, me dijo como lo quería hacer, y me di cuenta , que sí, había que prepararla. Quería ser sodomizada sin forro, notar la leche dentro.
Le pedí que me acompañara al baño y retiré el teléfono de la ducha, quedaba el cable, con una salida no muy grande. Le dije a Julia, que entrara en la tina, y que se pusiera a cuatro patas, le di crema en el pequeño orifico trasero, y tras comprobar la temperatura y la fuerza del agua, se lo puse en el orto, apenas unos segundos.
La lavativa hizo efecto, y no había pasado un minuto cuando mi amiga, se cagaba piernas abajo. La pila quedó sucia, limpié juntas bañera y mujer dando fuerza al chorro.
Me estaba divirtiendo, viendo a Julia, que deseosa de estar limpia en su trasero, se dejaba hacer cosas que a todas nos son desagradables. Era una sensación escatológica lo que me excitaba. Decidí repetir la operación, y ella como un corderito acepto la humillación.
Esta vez el agua introducida salió casi limpia. Y tras volver a dar un chorrazo a la bañera y a mi amiga, le dije que debía repetir la lavativa por última vez. Cuando acabe, no quedaba dentro de ella, ni una sola partícula marrón.
Y nos arreglamos para la ceremonia.
Habían pasado unos minutos de las tres cuando llamó mi novio que venía a casa.

--" ¿ No sabéis lo que pasa?—me dijo todo preocupado, precaución que le duró los segundos que tardó en darse cuenta cómo le estaba esperando .El pelo en un moño, maquillada con rimel, pestañas postizas, labios rojos, y un corpiño de nido de abeja blanco con aros y una tanga del mismo tejido y color, con unas sandalias blancas de taco altísimo.
Le besé y le musité: - "Fuera no sé lo que pasa, pero acá tenés trabajo"
Le tomé de la mano y le llevé al dormitorio, allí Julia estaba preparada como cordero para el sacrificio. Ya he contado que es muy menuda, así que las cuatro almohadas bajo su vientre dejaban su cola expuesta, prácticamente como un blanco al bombardeo.
Lalo se quedó impresionado, y más cuando le ordené a Julia que dijera lo que deseaba: que la rompieran el culo.
Sin darle tiempo a reaccionar le quité el saco y la corbata. Cuando cayó de la nube y se dio cuenta que YO, SU NOVIA, le estaba ayudando a desvestirse, me agarró y me besó como sabe hacer, me dio una tembladera de muslos y lamiendo su oreja le ronroneé: "Dejáme bien"
Al desnudarle fui besando y lamiendo los pedazos de piel que quedaban al aire, el boxer, lo último que bajé, era una tienda de campaña levantada por su verga dura y en alto. Sus ojos brillaban de lujuria, tenían esa mirada que tienen los hombres cuando se convierten en cazadores primitivos ante la llamada de la hembra.
Le puse un forro, y embadurné de crema el orto de mi amiga. Puse la cabeza del miembro en la apertura estrecha, tenía el tamaño de una lenteja, y el glande parecía imposible que pudiera penetrar en aquella cueva angosta.
Julia estaba preciosa, los ojos azules brillaban de deseo, parecía una adolescente sometida a los instintos del marqués de Sade, me daban ganas de comérmela a besos, pero ese no era mi rol. Con un asentimiento de cabeza, di la orden de avance a mi novio.
Primero la cabeza comenzó a entrar, sólo la punta, y muy despacio, muy lentamente el arma se fue deslizando a su funda.
Mi amiga gemía como una gata en celo, apretaba los puños y agarraba la sábana con fuerza, tenía los nudillos blancos y se mordía los labios para no chillar. Lalo se quedó quieto, con toda su pija dentro, sin moverse durante mucho tiempo.
La sacó con el mismo cuidado que la había metido, me fijé que el preservativo sólo estaba manchado con la crema, las lavativas había funcionado. Me arrodillé ante mi novio y le retiré el forro. Le lamí la verga inhiesta, metiéndomela después en la boca, la llené de saliva, me levanté volví a embadurnar el orto y la lleve de nuevo a la puerta de la cueva.
-"Sírvele de almohada y sujeta sus manos"- pidió Lalo antes de empujar.
Me tumbé con mi cuerpo sobre sus antebrazos extendidos y dejando reposar su cabeza en mi pecho.
Fijé mi mirada en el rostro de Julia, estaba totalmente excitada con una mezcla de miedo y placer. Cuando la pija de mi novio fue penetrando el cuerpo de la muchacha, ella cerró los ojos, le saltaron unas lágrimas de dolor, a punto de chillar. Le puse la mano en los labios , la mordió con fuerza al sentirse llena.
Esta vez, Lalo no se quedó quieto, empezó a bombear dentro y fuera, lento al principio, acelerando sus movimientos a medida que pasaban los segundos.
Julia abrió sus enormes ojos azules y me miró. No pude resistirme y mis labios fueron en busca de los suyos, nos besamos.
Me di cuenta que buscaba la entrega total, no le importaba su placer, sino el placer que daba. Y también que mi novio no iba poder aguantar mucho más sin explotar. Debía tener la verga tan aprisionada por el estrecho esfínter de la mujer, que su geiser iba a llegar en instantes. El beso se convirtió en un golpe continuo contra mi rostro por las embestidas del macho, que soltó toda su leche , cayendo sobre el cuerpo de Julia.
Estuvimos unos minutos descansando, los dos me besaban exhaustos.
Pero aquel romanticismo se rompió por necesidades fisiológicas. Mis amores se levantaron para ir al baño.
Yo estaba totalmente mojada, y mientras, una se sentaba a expulsar lo metido, y el otro a higienizarse, yo no pude aguantar más y mis dedos buscaron mi clítoris para liberarme de tanta tensión.
Fuera, comenzaron a oírse un ruido de cacerolas.
No me dio tiempo a levantarme para conocer su causa.
Los dos volvieron, Julia llevaba en la mano el cinturón del albornoz. No me dejaron ni preguntar, me ataron las manos, me tumbaron ,y con unas tijeras me acabaron de desnudar.
El cacerolazo retumbaba en la calle, pero yo sólo podía actuar y sentir como una gata caliente, ante los placeres que me esperaban en aquella larga noche.

Elena se casó con Lalo, fueron a vivir a España, tuvieron un hijo. Durante el embarazo y el postparto , Julia , con una beca , les acompaño en Madrid.
Con el tiempo han vuelto a Buenos Aires.
Se siguen queriendo y haciéndose felices.

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