miércoles, 5 de agosto de 2009

SEXO CON COMPANERA EN LA UNVERSIDAD

Aquel día había llegado a la Universidad un poco tarde y perdí mi primera clase, caminé hacia la zona ecológica para hacer tiempo y esperar a que empezara la segunda sesión. Ese lugar de la Universidad, llamado Las Islas, está repleto de floresta, arbustos y pasto que invita a pasar un rato ahí, para estudiar serenamente escuchando el trinar de los pájaros y el arrullo del viento soplando las copas de los árboles.
En esas estaba, caminando y pensando en nada, cuando de pronto una compañera de clase apareció frente a mí, saludándome y preguntándome qué hacía por el lugar.
—Llegue tarde y estoy haciendo tiempo.
—Q mal — respondió— nos vamos a perder de algo interesante, pero en fin, aprovechemos el tiempo
Dio media vuelta y empezó a avanzar hacia la zona más tupida de arbustos y yo me quedé un rato ahí de pié, sin saber si seguirla o qué hacer. Mientras ella caminaba contemplé su cuerpo delgado y bien formado. Se notaban sus rutinas de aeróbics a las que iba por la tarde, sus jeans bien pegados dejaban ver esas piernas torneadas y un trasero por demás delicioso.
—Anda, que te va a gustar —me dijo pícara y entonces avancé.
Aún estupefacto la seguí, qué ocurriría, qué tramaba. Ella y yo no éramos amigos muy cercanos, sólo nos habíamos relacionado para lo indispensable, para algún trabajo en equipo o para preguntarnos sobre alguna tarea; por eso no sabía exactamente qué deseaba hacer en esos minutos que teníamos libres y ni se lo pregunté mientras nuestros pasos nos llevaban más al fondo de la maleza.
Al fin llegamos a un lugar solitario pero agradable porque reinaba la naturaleza y el silencio era en verdad apacible, sin decir palabra ella se tendió en el pasto todavía mojado. Me acerqué y mi instinto no pudo contenerse: un beso en la boca rompió el hielo y comenzamos un faje mañanero.
El frío nos invitaba a acercar nuestros cuerpos y a restregarlos uno con el otro, las caricias cada vez se hacían más intensas, ni el pasto mojado ni poder ser descubiertos nos importaba. La situación se calentaba, nuestro temperamento salió a flote y la adrenalina ya en su máximo nivel nos llevó a llegar más lejos: las ropas empezaron a aflojarse.
—De una vez todo, te quiero toda —le dije al oído sin dejar de besarla y acariciarla.
—¡Sí! ¡Sí quiero que me lo des ya! —respondió al tiempo que me tocaba el sexo por encima del pantalón.
Era un horario en que la mayoría estaba tomando clase o estaban llegando muy apurados, así que ambos sabíamos que la ocasión era perfecta para poseernos por completo. Nos abalanzamos, nos queríamos comer enteros, ya no había lugar a dudas de que haríamos el amor en un lugar público. Desabroche la blusa y baje su pantalón hasta que me mostró su rico osito ya húmedo por la excitación, bajé a él para lubricarlo con mi saliva, lamiendo como loco esa entrada que se contraía a cada lengüetazo que daba, me jalaba el cabello a ratos y sobre todo escuchar sus gemidos para mi eran señal que estaba disfrutando tanto como yo.
Mi lengua seguía deleitándose con esa conchita rica, mis manos aprisionaban fuerte sus senos. Ella se paró y yo hincado sin dejar de lamerla parecía que le estaba implorando que ese momento no terminara nunca, porque era la gloria probar sus jugos íntimos.
Le dí media vuelta y encontré sus nalgas acariciables, redonditas, bien formadas. En realidad ya se me antojaba desde antes de tenerla en esa circunstancia, cuando pasaba por los pasillos y yo con algún compañero llegué a comentar ¿cómo se verá desnuda? ¡Esta tremenda! Y ahí estaba, frente a ese monumento de carne, todo para mí. Le di una nalgada suave y enseguida, en ese mismo lugar le planté un tierno beso, el más cariñoso que le había dado hasta entonces. La acción le agradó, lo supe por su gemido complacido. Eso me animó a repetir, ahora en su otra nalga, un golpecito más fuerte con mi palma abierta y el beso secundado ahora fue con mayor frenesí. Volvió a exhalar un sonido de agradecimiento para después decir: ¡Dame más!
Insistía: ¡Quiero más! Y sus palabras las acompañó con un movimiento que por poco hace venirme de una vez por lo erótica que me pareció: Se empinó y con ambas manos separó sus nalgas para mostrarme su orificio anal, era fantástico y me lo estaba ofreciendo. Quedé pasmado por unos segundos contemplando esa imagen única y tratando de sobreponerme ante tal magnitud de lujuria. Respiré pausadamente y logré controlar el torrente de hormonas. Pero ella no estaba dispuesta a darme tregua en esa batalla carnal; una frase volvió a sumergirme en el torbellino de la pasión y el desenfreno sexual: ¡Hazme lo que quieras, en este momento soy toda tuya!. Y con ambas manos seguía mostrándome su apreciable tesoro. Finalmente acepté la invitación.
Me acerqué ya con el pene de fuera y ella empinadita pidiendo, exigiendo placer. Le pasé mi miembro por en medio de sus nalgas abiertas y se hizo para atrás, ya lo quería todo de una vez y por todas. Pero algo faltaba para poder introducir mi instrumento por esa pequeña entrada, debía estar muy bien lubricado, así que le pedí ayuda bucal.
—¿Me la chupas?
Y sin decir nada, me la agarró con brusquedad, jalándome para llevársela a su rostro. Caminé unos pasos y al tenerla de frente, sin más, empezó a comérsela. Adentro afuera, rápidas mamadas como experta, me la ensalivó toda, la lamió como desquiciada. Yo me sentía en las nubes.
—¡Ya está lista! ¡Dámela! —exigió—.
Volví hacia atrás, dispuesto a encajarla hasta el fondo. La puse en esa entrada ya dilatada y comenzó un vaivén primero cauteloso y después frenético. Al poco rato ya acoplados, el delicioso choque de nuestros cuerpos nos hacía gozar de las mieles del sexo en ese lugar insospechado.
—¡Aaaaaaaaahg! ¡Mmmmmaaasssss!
—¡Deliciosa, única, diosa del sexo!
Al fin estallé dentro de su ser, después de unos minutos de bombeo no pude contenerme más y alaridos de los dos estoy seguro pudieron escucharse hasta los pasillos de la Institución, pero nada importaba, ya todo se había consumado y ahora tendidos en el pasto, con la ropa mojada, sudorosos y oliendo a sexo, esperaríamos a que diera inicio la segunda clase.
—¿Mañana vas a llegar tarde? —me preguntó coqueta.
—Puede ser, si tú te vuelas la clase— respondí.
—Bien —ella.
—Perfecto — yo.

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