lunes, 21 de septiembre de 2009

el rico trasero de gladys

Llegué a casa de Gladys a eso de las 9 de la mañana: sus dos hijos estaban en la escuela y yo disponía de tres horas libres antes de atender una cita.
Gladys es una mezcla rara: mitad libanesa, mitad catalana, tiene los ojos azul claro, cabellera abundante que le cae sobre los hombros, ondulada. Pese a haber parido dos niños y tener sus 40 años, su cuerpo se mantiene firme y delgado, debe pesar cuando mucho 50 kilos. Mide 1.70 de estatura, su figura es armónica, su trasero respingón; esta suavidad contrasta con la voz ronca, de fumadora, con la que seduce aún sin querer.
Yo también tengo 40 años, mido 1,80, uso barba y bigote. Peso alrededor de 84 kilos y parezco delgado. Los lentes, mi mirada y mi voz me vuelven atractivo, sobre todo para damas de mi edad. No es infrecuente que, cuando doy cursos o conferencias, algunas señoras me busquen... ya sabes para qué.
Gladys y yo somos amantes desde hace unos meses. Disfrutamos un sexo ocasional, pero muy intenso, porque cuando uno de los dos toma la iniciativa el otro se deja hacer. Estamos abiertos a todo tipo de experiencias, incluyendo tríos (es bisexual) sexo anal, intercambio de roles.... en una ocasión llegué a disfrazarme de mujer y ella de hombre, pero eso es otra historia.
Me recibió con un beso en la mejilla. Sus manos, sin embargo, palmearon dos o tres veces mis abdominales. La abracé, frotando mis manos contra su espalda, contra la blusa blanca transparente que dejaba ver su sostén.
¿Me extrañaste? –preguntó ella.
Porque te extraño estoy aquí –respondí.
Nos miramos un instante. Sus ojos eran a la vez una invitación y una esperanza: la besé en los labios mientras ella apretaba su cuerpo contra el mío y empezaba con sus manos a recorrer mis muslos. Le acaricié la cintura, subí al cuello, bajé a la blusa que aún cubría sus pechos. Ella gimió:
Sí, sigue así, sigue así...
Empecé a desabotonarla lentamente y le quité la blusa; lamí su sostén, deleitándome a la altura de los pezones que, gracias a mi lengua, empezaron a pedir guerra. Mi mano derecha bajó por los pantalones y acaricié, por encima, su vulva, que imaginé ya mojada y sedienta. De golpe, ella me detuvo, se sentó en el sofá más próximo, me acercó y, presurosa, desabrochó mi pantalón, lo bajó junto con mi calzoncillo. Sin decir palabra, se metió mi pene en la boca. ¡Qué bien mama esta mujer, Dios mío!
Tras dejar mi verga lo más dura que pudo, se levantó de nuevo: mientras nos volvíamos a besar desabroché su sostén, pellizqué sus pezones; luego la besé en el cuello a la altura de la yugular: Drácula erótico al fin yo, dama indefensa ella, suspiró mientras le desabrochaba su pantalón, que cayó al suelo. Mis manos hurgaron debajo de sus bragas, acaricié su clítoris hinchado y húmedo y, de un tirón, la dejé desnuda. Me agaché, se abrió de piernas, chupé su clítoris, lamí su raja y transporté parte de su humedad al ano; la penetré sin problemas con un dedo, empecé a dilatarla.
Quiero tu culo ahora –le susurré.
Rápidamente saqué de mi pantalón unos condones y lubricante; mientras, ella se puso en el sofá a gatas, abrió sus cachetes, me enseñó su cuevita. No pude resistir esa visión y me agaché para lamer directamente su orificio, para seguirla dilatando con mi lengua, mientras ella suspiraba.
Puse lubricante en la entrada de su ano, en tres de mis dedos, y seguí abriéndola: primero entró uno, luego dos, finalmente los tres estuvieron danzando allá. Los retiré, me puse el condón, eché más lubricante en su ano y la embestí.
Gladys sintió mi penetración y respondió con un gemido suave: a la primera entró mi punta; presioné suavemente, un centímetro más fue adentro, me retiré unos milímetros pero sin salirme, volví a embestirla; poco a poco la penetré del todo, hasta que mis testículos tocaron sus labios vaginales. Ella empezó a mover sus caderas, a bailar con mi pene enterrado en sus entrañas.
Tienes un culo maravilloso –le susurré al oído.
Me respondió girando todo lo que pudo su cabeza para darme un beso lascivo. Sus flujos vaginales empaparon el sofá. De golpe, jadeó más y más fuerte. Un grito, otro grito, ¡estaba teniendo un orgasmo total! Mientras, seguí bombeando su culo, notando su estrechez, notando su fuerza en ese ano que sólo ha sido mío. Una de sus manos, acrobáticamente, alcanzó a acariciarse el clítoris durante unos segundos.
No te vengas dentro de mí –me pidió entre jadeos y susurros. -Te quiero en mi boca.
Seguí disfrutándola un rato. Ella se estaba cansando, así que suavemente retiré mi pene de su ano, me quité el condón; ella aprovechó para girarse, y al terminar de hacerlo vio mi verga cerca de su boca. Ávidamente se lanzó sobre mis testículos: los lamió, los absorbió uno por uno. Chupó mi pene: no pude resistir más y, en un grito, derramé mi semen en su garganta. Ella lo tragó, lo sorbió ávidamente. Después se dedicó a rematarme: me lamió la punta y yo empecé a aullar de placer. Eché una mirada hacia abajo y la vi con su mano derecha masturbándose frenéticamente. No me soltó hasta que un nuevo orgasmo la obligó a abrir la boca...
Nos quedamos sentados en el sofá, abrazados, empapados en sudor, desnudos, mientras ella se fumaba un cigarrillo y me ahumaba el cuerpo y las ideas. Cómo me encanta Gladys, de veras.

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